30/1/08

Zapatero: la envidia de la izquierda europea


Por mi profesión y por mis estudios, también por puro ocio, he viajado bastante por Europa, y puedo decir que conozco relativamente bien la realidad de los cinco países más importantes de la Unión. Me sorprende, especialmente en los últimos años, lo conocido que es Zapatero en Francia e Italia; la idea general que de él se tiene en estos dos países es extremadamente positiva, a veces casi cercana a la idealización (un taxista me decía en Turín hace 2 semanas que era el mejor presidente –el más valiente, el más honrado, el más progresista y el más independiente– de todos los países de toda la historia democrática de Europa, ahí es nada). En las entrevistas en prensa y en televisión a los máximos responsables de los partidos de izquierda franceses e italianos, el periodista suele hacer un buen puñado de referencias y alusiones a Zapatero; a veces tantas, que el entrevistado, tras alabarlo primero y recalcar luego su admiración sincera por él, con frecuencia acaba mostrando su rechazo a someterse a más comparaciones. Como pruebas de este ensalzamiento trans (transalpino y transpirenaico), dejo aquí el editorial que Le Monde dedicaba ayer al Presidente del Gobierno, y la foto de portada del número especial de La Repubblica sobre España: Los Cuginos, es decir, "los primos" (nuestros primos). En italiano, con terminación española.

**Me permito una traducción, profesional pero no adaptada –adrede, para mantener el color local– al lector español, del editorial de Le Monde:


Le Monde, 07-03-2008

¡VIVA ZAPATERO!

Cuando, hace cuatro años, sus compañeros socialistas lo designaron candidato de consenso a la Presidencia del Gobierno, los observadores no apostaban gran cosa por José Luís Rodríguez Zapatero. Algo parecido a lo que le ocurrió al conservador José Maria Aznar cuando, ocho años antes, pretendía suceder a Felipe González. En marzo de 2004, Zapatero y el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) recibieron la “ayuda” de Al Qaeda, responsable del atentado de la estación de Madrid que causó casi 200 muertos y 1.500 heridos. Ayuda, no porque los socialistas hubieran cedido al chantaje de los terroristas en relación a la presencia de las tropas españolas en Irak —hacía tiempo que habían prometido retirarlas— sino porque el gobierno Aznar se enfangó en una versión embustera que señalaba como autora a la organización terrorista vasca ETA.

En los comicios legislativos del domingo 9 de marzo, Zapatero, por primera vez, será juzgado por sus propios méritos. Que no son pocos, aun cuando no todos los éxitos de la legislatura sean consecuencia directa de su política oficial. El Presidente del Gobierno ha tenido en consideración la modernidad de la sociedad española. Ha cuestionado tradiciones que subsistían gracias a unas leyes que muchas veces se remontaban al franquismo, mediante la garantía de un estatus de igualdad para las mujeres, la protección de éstas frente a la violencia de sus parejas, la legalización del matrimonio homosexual…

De esta manera, el Presidente se ha ganado la enemistad de los medios más conservadores, el primero de ellos la Iglesia Española, que ha llamado abiertamente a votar contra el Partido Socialista; pero también de los nostálgicos de Franco, que han digerido muy mal la restitución de los combatientes republicanos de la Guerra Civil. Son los mismos que critican la ampliación de poderes hacia las regiones autónomas, especialmente a Cataluña.


El talón de Aquiles de Zapatero podría ser la economía. Tras crecer durante varios años, crecimiento asentado en parte sobre los frágiles cimientos del boom inmobiliario, el paro empieza a repuntar, y existe el riesgo de que los jóvenes den la espalda al PSOE. En 2004, la participación masiva de éstos hizo posible la victoria de Zapatero. Este año, su abstención podría favorecer al candidato del Partido Popular, Mariano Rajoy.

Éste intenta compensar su falta de carisma recurriendo a viejos miedos propios de una derecha que parece no haber aprendido nada. Acusa a su adversario de haber vendido España a los inmigrantes mediante la regularización masiva de clandestinos; también de haberla vendido a ETA, por haberse lanzado a una tentativa de negociación fracasada.

La alternancia es un síntoma de vitalidad para una democracia. Pero lo inestabilidad es un obstáculo. La derecha española no ha presentado un programa lo suficientemente convincente como para que los españoles crean que la hora del cambio ha llegado.

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